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viernes, 19 de junio de 2009

Cultura de subordinación y el capital social. Apuntes teóricos I



Las estructuras sociales modernas se caracterizan por los niveles de complejidad y diferenciación entre los individuos que las componen. Estas diferencias pueden ser físicas o simbólicas tales como los ingresos económicos, los recursos energéticos o ambientales disponibles, el poder, entre otros. Precisamente de ésta última diferencia quisiera hablar, el Poder en tanto relación social de la que resultan los dominados o subordinados. Para ello, me enfocaré en la teoría del capital social y de la teoría de redes sociales y la teoría del poder del marxismo-estructuralismo.

El poder y la dominación


El poder es una relación social asimétrica caracterizada por la capacidad intervenir de forma no violenta en una sociedad dada. Como relación social necesita de la aceptación de los individuos para que pueda ser ejercido y sustentado mediante mecanismos de control social. Dicha intervención depende de la capacidad de recursos o capitales con los que dispone un individuo o grupo. Estos capitales pueden ser físicos, culturales económicos, sociales y políticos. El Estado, por ejemplo, es un artefacto político complejo por el que las clases dirigentes sustentan su intervención en la vida cotidiana de las clases no dirigentes, tomando como base de legitimación la voluntad general, la justicia social, la seguridad o la revolución.

El poder no es equivalente a la violencia. Influir en el comportamiento de los demás -parafraseando a Weber- produciendo conductas que de otra forma probablemente no hubieran decido, caracteriza en una parte al ejercicio del poder. La negociación, persuación, deliberación y la imposición son formas no violentas de influencia en una red social o en una sociedad entera. Para ello, se plantean mecanismos de legitimación de las decisiones que pueden ser directas o indirectas, como el consenso, la acción colectiva o la delegación. En una conferencia dada por Nikita Krushev en la década del 70, un reportero le preguntó sobre algún tema específico, ¿por qué no increpó en aquel momento a Stalin?, a lo que Krushev respondió levantando la voz y con un gesto hosco: ¿Quién preguntó eso?. Después de un silencio sepultural entre los asistentes, Krushev respondió: Por esa misma razón. Eso es el poder.

En tanto, la violencia es una manifestación de los límites del poder. Se ejercita la fuerza física que puede ir desde los golpes físicos hasta la represión sistemática. En contraste con Weber, que sostiene que el Estado es el aparato que monopoliza la violencia legítima, considero que el Estado es el aparato jurídico-político que organiza la fuerza en función de su propia reproducción como sistema, y en contra de otros poderes sociales u otros Estados detractores u opuestos a dicha reproducción.

El hecho de que el uso de fuerzas especializadas para la represión estén contenidas en la propia constitución jurídica que emanó de las mismas clases dirigentes que le conformaron, no describe un monopolio de violencia, sino una situación paradójica en la que el Estado se consagra a sí mismo, como el legítimo detentor de la violencia en caso de que algún individuo u organización no siga sus reglas. Para evitar estas conductas, el Estado ejerce la represión, es decir, la contención, castigo y detención de las conductas sociales. La cotideaneidad evidencia que la violencia no es monopolizada por el Estado, y que aunque el éste la ejerzca, no llega a ser legítima, pero sí legal.

Por otra parte, aquellos que no manifiestan descontento por las reglas impuestas por la estructura jurídico-política, se le denomina subordinados. Es decir, aquellos que están bajo el orden impuesto por aquellos otros individuos que se localizan en una posición jerárquicamente superior de alguna organización.

La subordinación y la superioridad se ejercen desde las organizaciones de juegos de la infancia, deporte grupal o religioso hasta la participación en algún movimiento transnacional o en la conducción de un gobierno. Las prácticas cotidianas que a la larga se convierten en tradiciones incuestionables dada la constante afirmación social sobre el orden y lo correcto, esenciales para la reproducción del sistema.

Pero, ¿Es una manifestación del poder la ausencia de insubordinación?, ¿Qué papel juega el capital social en el mantenimiento de la subordinación?, ¿Cómo se comportan los subordinados ante las prácticas que exigen su participación activa, como la democracia representativa o participativa?, sobre estas tres cuestiones basaré mis argumentos a seguir.